Sus libros o citas en otros. (Foto: H. Lima Quintana; O. Bayer y Q. Llopis).

Decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Rodolfo Walsh

En un Congreso Internacional

Moya presentó otra ponencia, esta vez en el III Congreso Internacional de Comunicación, Géneros y Sexualidades.

(UNLP, 14 y 15 de junio de 2012)

También compartió este tema de ponencia en el Congreso de Comunicación y Educación.


Con el tema readaptado, cerró la mesa de exposiciones durante la primera jornada de ponencias en el Congreso Comedu.

(UNLP, 12 de septiembre de 2012)

A la memoria de Ana María Estevao


REACCION 
contra la mujer

El Sistema, 
según una premio Pulitzer

Introducción

Susan Faludi sistematizó en un libro los dispositivos reaccionarios contra la liberación de la mujer. Su estudio en los EE.UU. durante la administración Reagan en la década del ’80, sirve como punto de partida para comparar su aplicación en Latinoamérica.
Nada más parecido al espíritu crítico de esta periodista que la introducción a este III Congreso: “Desde los años de plomo del neoliberalismo… Los ataques a las propuestas de los movimientos de diversidad sexogenérica por parte de los neoconservadurismos, se sostienen en (…) la supuesta carga crítica contra los valores de la familia, la nación y el decoro-moralidad en Occidente”.

En pos de una noción rápida de aquellos aportes, proponemos un resumen de su trabajo.

La investigadora



Hija de una ama de casa periodista y de un fotógrafo sobreviviente del Holocausto, Susan Faludi se graduó en Harvard (1981). Una década después, ganó el Pulitzer por un informe sobre "costos humanos de las altas finanzas".

A fin de ese año, publicó el primero de sus tres libros sobre género. Periodista en The New York Times, Miami Herald y Wall Street Journal, halló patrones de resistencia al feminismo, que sistematizó en: Reacción, premiado con el National Book Critics Circle Award.

Luego estudió al varón. En Petrificados. La traición del hombre estadounidense (1999), plantea que es errado culparlos por las diferencias de clase que sufren ambos géneros, ya que el poder no está en los varones sino en pocos de ellos.

Luego del 11-S, notó otra tendencia a atribuir un rol débil a las mujeres, protegidas de ataques por los machos (The Terror Dream: Fear and Fantasy in Post-9/11 America –2007–).

La investigación



Faludi toma la ironía de que “la culpa es del feminismo” (ellas en EE.UU. consiguieron la liberación que exigían pero son infelices) y plantea que tal “culpa” fue inducida desde el poder como represalia por los avances de ellas.

Las mujeres tienen “tanto”, dijo el ex presidente R. Reagan, que la Casa Blanca no necesita nombrarlas en puestos más altos.

Comprobará su tesis con ejemplos del cine, la TV, la moda, los cosméticos, las cirugías, los libros de autoayuda, la psicología, la publicidad y los medios que legitiman esos discursos.

(La reacción) es al mismo tiempo sofisticada y banal, de engañoso “progresismo” y orgullo “retrógrada”. Despliega tanto los nuevos hallazgos de la investigación científica como la moralidad barata de ayer; convierte en sonido de los medios tanto los volubles pronunciamientos de los observadores de tendencia de la psicología popular como la retórica frenética de los predicadores de la Nueva Derecha.

Faludi resume:

Lo que las ha hecho infelices no fue su “igualdad” –que no poseen– sino la creciente presión para detener o revertir la búsqueda de esa igualdad.

I. Mitos

Cita cuatro mitos con fuentes como las universidades de Stanford, Yale y Harvard: Escasean los hombres; las divorciadas tienen un devastador descenso económico; las profesionales caen en una “epidemia de esterilidad”; y el “agotamiento” más una “gran depresión emocional” espera a las profesionales solteras.
Todas mentiras.[1]
Así lo sostiene la autora, que desmenuza cada caso.

Newsweek, The Washington Post y Times dieron más espacio a los detractores de la feminista Shere Hite, que a su contracara, el “psicólogo” Srully Blotnick ponderado por concluir que “el éxito en el trabajo envenena a las mujeres”. Sin embargo, cuando se descubrió que él no era licenciado y que casi nada en su currículum podía confirmarse, sólo el Estado lo investigó por fraude criminal. Nada más que Times lo publicó, breve.[2]

Ante el Día de los Enamorados, una periodista pidió a una Universidad “algo para el tercer párrafo” de una nota. Pero aunque el sociólogo que la atendió le advirtió que su “estudio de matrimonio” no estaba terminado, ella usó los datos en el título. Fue a primera plana; Newsweek la levantó y Associate Press la distribuyó al mundo: las solteras con estudios terciarios tenían menos probabilidades de casarse.
Pero los medios relegaron otra investigación que lo desmentía.
Al fin, cuando en Yale terminaron el estudio, sus estadísticas fueron suprimidas: no sustentaban el errado trascendido inicial.
La consecuencia no deseada fue que aumentaron las mujeres que se casaban para huir a la estadística.[3]

En los ’70, muchos Estados habían promovido leyes antidivorcio que eliminaban los requerimientos moralistas y dividían los bienes según las necesidades, sin apuntar a quién era culpable del fracaso matrimonial.
Esas leyes fueron atacadas por la nueva derecha con argumentos del libro La revolución del divorcio: las consecuencias económicas y sociales para las mujeres y los hijos (Lenore Weitzman, 1985).
Hasta que sus cifras fueron cuestionadas desde dos Universidades; que pidieron ver los datos de la autora (que no los dio). El nuevo estudio no daba más de 33%, y no 73%, en la declinación del nivel de vida de las divorciadas. Sólo Wall Street Journal se hizo eco.
Contra las fuentes antifeministas, datos verificados por el Instituto de Investigación Social concluían que “los hombres sufren más el divorcio”.
Pero la campaña tuvo éxito: descendió el apoyo a la liberación de las leyes de divorcio.[4]

En 1982, el New England Journal of Medicine publicó que las probabilidades de las mujeres de tener hijos descendían de pronto después de los 30 años. Acompañaba su supuesta neutralidad con un editorial que las exhortaba a “reevaluar su objetivos”.
Un cambio de esa época es que empezó a considerarse estéril a quien había intentado el embarazo durante un año, en cambio de los 5 años estipulados antes de que se comercializaran nuevas tecnologías reproductivas, más caras.
Tal desinformación fue contrariada en 1985 por el Centro Nacional de Estadísticas de Salud: la franja estudiada tenía 13,6% y no 40% de probabilidades de ser estériles. “Como de costumbre, esta noticia no causó sensación en los medios”.[5]

En la reacción, a dos tipos de mujeres se las consideraba más proclives al colapso:
·         solteras
·         empleadas con sueldos altos.

El empleo no las enferma sino que las mejora –agrega, con fuentes del Instituto de Investigación Social y el Centro de Estadísticas–. Para rechazar la “era de la melancolía”, citó al Instituto Nacional de Salud Mental: “Las tasas generales para todas las perturbaciones de ambos sexos son semejantes”.[6]

Sobre el cuidado de los niños, la reacción echó a rodar la versión de que las trabajadoras los dejaban en centros de cuidado donde podía ser abusados. Fue tapa en los medios.
Pero el Laboratorio de la Familia de la Universidad de New Hapshire lo desestimó: “Hay más peligro de abuso en sus hogares”. La noticia fue confinada por The NY Times a un recuadro entre los clasificados.[7]

La reacción contra las mujeres regresa cada vez que ellas comienzan algún avance hacia la igualdad.[8]

II. La reacción en la cultura popular

Funcional al uso político, una herramienta de la comunicación fue la nota de tendencia:

Se delata por ciertas características: ausencia de evidencia factual y de números sólidos; cita a sólo 3 ó 4 anónimas; usa calificativos como “existe la sensación de que” o “más y más”; se apoya en el predictivo futuro (“de manera creciente, las madres se quedarán en el hogar para pasar más tiempo con su familia”) invoca “autoridades” como los investigadores de consumo o psicólogos que a menudo apoyan sus aseveraciones con citas a otras notas de tendencia.

Ejemplo de esto fue la primera plana del NY Times: “Ahora muchas jóvenes dicen que preferirían la familia antes que la carrera”. En tal contexto, los medios inventaron una opinadora: Faith Popcorn.

Faith Plotkin [su verdadero apellido] definió la vuelta al capullo no como gente que va al hogar sino como mujeres que abandonan la oficina.

Hay una base económica (para ponerlo en términos marxistas que Faludi no emplea) para esta superestructura discursiva, especificada por la Harvard Business Review:

“El costo de emplear a mujeres en la dirección es mayor que el costo de emplear hombres”.

Para alejarlas del mercado laboral se contó con la complicidad de la industria cultural.

El cine

En el cine de períodos de reacción, los esfuerzos por silenciar la voz femenina han sido una característica (Mae West fue prohibida incluso en la radio).
Según la historiadora del cine Marjorie Rosen:

“La lista de las víctimas femeninas de la década del ’40 se lee como la nómina del hospital”…

… Todas recibían la misma prescripción: dejar el trabajo y casarse.
Este modelo se repitió en los ’80 desde Hollywood: los productores se preocuparon de suavizar a las independientes y de ahogar su voz, tal cual, como en Atracción fatal, “la manifestación psicótica del estudio de matrimonio de Newsweek”, según Darlene Chan, vicepresidente de Fox.
Un año antes, en Nueve semanas y media, Kim Basinger –cacheteada antes de filmar para ponerla en clima– representaba a una profesional soltera esclava del amor de un corredor de Bolsa, que le ordenaba: “No hables”.

Mientras las mujeres de la década del ’70 eran escritoras, cantantes, actrices, periodistas investigadoras y activistas políticas que enfrentaban al sistema, las de los ’80 son asesoras de dirección, consultoras de inversiones, abogadas de corporaciones, asistentes… el personal de apoyo del sistema.[9]

Los filmes de la reacción se esfuerzan por hacer atractiva la maternidad con bebés que casi nunca lloran.[10]
¿Cuál es el papel del varón?

Reclaman a las mujeres como su propiedad. El magnate de Mujer Bonita, convierte a una grosera en su gentil posesión que habla con delicadeza.
[Sus] héroes [son] grandes papitos guardianes de indefensas y de familias amenazadas. En el mundo real, los hombres podían estar perdiendo autoridad, pero en esas películas, policías y taxistas obtenían el respeto de opulentas intimidadas.[11]

¿La familia se vio revalorizada?

La década en el cine de la familia concluyó no con un cordial saludo a las comodidades del hogar sino con una explosión de odiosas pirotecnias maritales (La guerra de los Roses; Durmiendo con el enemigo).

La TV

Al cine le siguió la TV: Atracción Fatal se convirtió en Obsessive Love de ABC. Y en el primer episodio de Hardball, un hombre intenta ahogar a una mala mujer policía en la bañera.

Los programadores retrocedieron lo suficiente como para admitir un par de papeles femeninos en horarios centrales: Roseanne y Murphy Brown, que se convirtieron en éxitos. Pero dos mujeres fuertes eran demasiado.
Para la temporada siguiente, se volvió a: modelos adolescentes, amas de casa, una monja y –ese peculiar prototipo de la última reacción televisiva– la buena bruja suburbana ama de casa.
Sólo 2 de 33 programas nuevos eran sobre mujeres trabajadoras.

Entonces se dio la paradoja de que los auspiciantes iban en contra del rating. Para 1990, el porcentaje de la declinación entre las espectadoras en esos horarios era dos o tres veces más que entre hombres. ¡Cada punto de rating equivalía a más de 90 millones de dólares!

No sólo algunos ejecutivos de programación desean expulsar a las mujeres independientes de la pantalla; lo exigen sus anunciantes, que ven al ama de casa como a la compradora ideal.
Los mensajes que los anunciantes desean que promuevan, atraen menos a las mujeres modernas. Las espectadoras dan ratings a personajes no tradicionales. Pero los principales anunciantes, productores en alimentos envasados y de bienes del hogar, desean tradicionales shows que se adecuen a un mensaje vendedor que no ha cambiado en dos décadas.

La temporada 1987-88, marcó el punto más alto de la reacción en TV:

Sólo 3 de los 22 dramas de horarios importantes tenían roles principales femeninos (...) El 60% de las series, o no tenían personajes femeninos o eran personajes menores; el 20% no tenía mujeres.
También perdían el único género considerado propio: la comedia de situación (...) En espectáculos de horarios centrales con hogares de un solo padre, dos tercios de los hijos vivían con un papá o cuidador varón, comparado con el 11% real.

En esto también se hallaba un patrón:

La desaparición de las mujeres de los horarios centrales repite un modelo de la década del ’50 cuando padres solos regían los hogares televisivos.
Las mujeres desaparecieron mientras surgía un nuevo estilo de series de aventura que sólo las incluía como víctimas (...) El 66% de los 882 personajes que hablaban eran masculinos.

En esta pretensión machista, no había lugar para interrumpir embarazos.

[En Cagney and Lacey] Cagney debía considerar un aborto. En la escena final, perdería el hijo, de modo que nunca debería tomar la decisión pero eso seguía siendo muy desagradable para los de CBS. Reelaboraron el libreto eludiendo el asunto.
En un episodio sobre una clínica de abortos, los funcionarios de transmisión enviaron [al programa] un memo “lleno de ‘no se debe’”; molestos porque las dos mujeres del programa apoyaran el derecho al aborto.
La serie obtuvo cinco premios Emmy. No obstante, fue relegada a un horario condenado hasta que terminó.[12]

En esa línea, muchos programas de 1988 empezaron a referirse a los partos: los canales traían de nuevo fantasías regresivas sobre la maternidad y el matrimonio.
En El show de Cosby podían ser “negros”, pero fue la familia nuclear más que su composición racial lo que resultó atrayente para los ejecutivos de la TV y para Reagan.[13]

El desalojo de la soltera repite una pauta. [En los ’50] la TV ofrecía solas (maestras anticuadas, criadas, dactilógrafas) pero para mediados de la década, cada programa con una soltera protagónica había sido levantado.[14]

Eso cambió cuando Mary Tyler Moore abandonó el Show de Dick Van Dyke para encarnar a una soltera de más de 30 años con vida sexual independiente, aunque en el trabajo seguía sumisa y llamaba por su apellido al jefe, a quien todos tuteaban. Eso redundó en que reaparecieran algunas solteras, aunque sobrehumanas, como La mujer biónica.

Una década después de su triunfo, los canales volvieron a presentar a Tyler Moore, pero ya como una ceñuda y consumida divorciada cuya carrera es objeto de burla.

Hubo otro programa al que incluso G. Bush se refirió en un discurso:

Thirtysomething despliega un panteón de mujeres de la reacción: de la madre feliz dedicada al hogar a la solterona neurótica y la profesional amargada. El personaje menos simpático es feminista.
Nunca obtuvo más de 25 puntos de rating, decayendo en su primera temporada, pero a los anunciantes no les importó (...) porque calificaba alto en “demografía de calidad”, el término usado por la industria para los espectadores de ingresos superiores y la estrategia desplegada para ocultar una porción de mercado que se reduce.[15]

Moda

… Las que habían descubierto los pantalones, los tacones bajos y los suéters sueltos durante la II Guerra Mundial, no estaban dispuestas a abandonarlos durante la paz. La industria de la moda cayó en un “inquietante hundimiento”, describió Times.[16]

Otra propuesta liberadora se dio en la década del ’70: el traje sastre, más duradero y económico, sólo requiere cambiar la blusa durante la semana (John Molloy: El libro del traje de la mujer para el éxito, 1977).

Entre 1980 y 1987, las ventas anuales de trajes se elevaron casi en 6 millones de unidades, mientras que los vestidos declinaron en 29 millones. Pero la ganancia de 600 millones de dólares en trajes no podía compensar los miles de millones que la industria habría podido estar ganando en vestidos.[17]

Antes de cerrar ese balance comenzó la reacción:

Los fabricantes redujeron la producción de trajes para mujeres en 40%. Varios cerraron esas líneas. No por falta de demanda: las compras se habían elevado 5,3%.[18]

Los periodistas de moda sepultaron la “vestimenta para el éxito”. Aunque Molloy había escrito otro libro similar dedicado a hombres, criticaron sólo la edición para mujeres. Y un importante periódico que le había propuesto una columna abandonó las tratativas: “la gente de la moda no lo permitirá”.
Pero ellas comenzaron una revuelta de la moda, como la denominaron los medios.

Entre 1980 y 1986, a la vez que las mujeres compraban más casas, coches, comidas en restaurantes y servicios médicos, adquirían menos ropa. En una encuesta, más del 80% dijo que odiaba hacerlo, el doble de una década antes.

En 1987, la industria de la ropa femenina vacilaba por coincidentes variables económicas negativas y… por el rechazo de las norteamericanas.

La inseguridad personal es el gran motivador para comprar. Wells Greene, que realizó uno de los mayores estudios de los hábitos de compra de moda por parte de las mujeres a comienzos de los ’80, descubrió que cuanto más seguras e independientes se volvían, menos les agradaba comprar; y que cuanto más les gustaba su trabajo, menos se preocupaban por la ropa.
La agencia sólo pudo hallar a tres fieles a la moda:
·         las muy jóvenes
·         las muy sociables y
·         las muy ansiosas

Aunque algo cambió con el ingreso de Christian Lacroix y la Alta Feminidad. Con ella, los comerciantes dieron la espalda a clientas de clase media y cortejaron sólo “negocios mejores” (las ricas), una categoría equivalente a la “demografía de calidad” en la TV.
Pero las clientas se impusieron y Lacroix calificó como una de las peores vendedoras con pérdidas de 9,3 millones.[19]
Hubo otro intento por inventar un mercado en lugar de dirigirse al existente: como sus consumidoras envejecían, se propusieron “vestir muñecas” jovencitas.[20]
Pero si se buscaba que la mujer regresara al hogar, debían potenciar ropa para ese ámbito.

En previsión de la “explosión de ropa interior”, los fabricantes incrementaron la producción a su más alto nivel. El año en que eliminó trajes sastres, dobló la producción de portaligas.
La prensa, como de costumbre, fue acogedora.[21]

Estética

Desde las cirugías estéticas a los cosméticos…

… La industria de la belleza puede parecer la más superficial de las instituciones culturales que participan de la reacción pero su impacto sobre las mujeres fue el más íntimamente destructivo.

A los maniquíes les cambiaron formas y medidas al mismo tiempo que los nuevos vestidos sin breteles de Lacroix requerían más busto y menos cintura. Ahí entrarían a tallar los cirujanos plásticos, sobre todo en EE.UU. donde las mujeres –según estudios del Kinsey Inst.– tienen los sentimientos más negativos respecto de sus cuerpos que cualquier otra cultura estudiada.
Un cirujano llegó a hacer implantes de senos con una pajita que sobresalía de las axilas para agregar o sacar silicona según el gusto de la clienta… aunque sin información de sus nocivos resultados para la salud.[22]
La Sociedad Norteamericana de Cirujanos Plásticos lanzó (1983) una campaña: “un cuerpo de información médica indica que esas deformidades (senos pequeños) son una enfermedad”. Ofrecieron un plan de financiamiento para su “cura”.

Pacientes de liposucción habían muerto a manos de cirujanos. La causa más común era la liberación de émbolos grasos en el corazón, los pulmones y el cerebro, en riesgo toda vez que se raspan los estratos interiores de la epidermis.[23]

En los 70, Revlon había lanzado Charlie, un perfume que celebraba la liberación femenina, con publicidades de una soltera trabajadora que firmaba sus cheques y sacaba a bailar a los hombres. Pero en 1982, cambió los avisos por los de una mujer que buscaba matrimonio y familia.[24]
La industria de los cosméticos propuso llevar un diario desenvejecedor en su estrategia por vender cremas antiarrugas.

Los mensajes en esa veta podían unir la conciencia femenina de antiguos temores culturales de la mujer mayor con las realidades modernas de la demografía en envejecimiento de la mujer del auge de los bebés.

La cosmética para el pelo revivió a la Muchacha Breck, modelo de brillantes cabellos que cambiaba cada año hasta los ’70. Repuesta hacia 1987, fue la nueva-vieja promoción para vender champús. Incrementaron la venta en un 89%... pero porque rebajaron los precios.[25]

III. Promotoras de la reacción

Faludi cita a voceras contrarias a las mujeres. Connie Marshner dejaba sus niños al cuidado de su marido mientras hacía carrera en la política derechista con discursos paralelos a las convenciones partidarias en los que se oponía a la liberación que practicaba.[26]
O Beverly LaHaye, quien en su comunidad evangelista fundó Mujeres Preocupadas por Norteamérica, que terminó como grupo de apoyo al partido republicano. Escribió un libro sobre la sexualidad religiosa, con alusiones al derecho de las mujeres al orgasmo pero criticaba a las que trabajaban fuera de casa aún cuando ella lo había hecho en Merrill Lynch. Sus secretarias tampoco querían retroceder a quedarse en el hogar.

En tanto elevaran su voz sólo para repetir la línea de Mayoría Moral, los líderes de la Nueva Derecha aplaudirían esa falsa independencia.[27]

IV. Efectos sobre la mente, el empleo y el cuerpo

Kinder y Cowan, los más vendedores autores de libros como Mujeres que aman los hombres/ Mujeres que dejan los hombres, habían planteado que el movimiento de mujeres les había hecho bien a ellas al quitarles presión por formar pareja. Pero en los ’80, “comercializaban un diagnóstico contradictorio” al señalar que estaban obsesionadas por el matrimonio. Este es sólo un ejemplo de los muchos autores de autoayuda que tuvieron un rol en el desarrollo de tal “conducta obsesiva”.[28]
Otras terapias proponían: “obtenga ‘poder’ sometiéndose a cada capricho de su hombre”.[29]
Toni Grant, la psicóloga N° 1 de los medios, reprendía en radio a las oyentes que cuestionaban actitudes de sus maridos: “aprenda a contener la lengua o le será infiel”.[30]
Se formaron terapias grupales para “mujeres que aman demasiado”, título del libro más vendido de su tipo. En esas reuniones, ellas no podían hablar de ellos sino sólo de sí.[31]
En todos los casos, la culpa era de ellas, cual masoquistas, cuyo diagnóstico psiquiátrico

… pronto degeneró en una especie de definición comprensiva de la psiquis femenina: tantas sufrían el abuso porque tantas lo preferían.[32]

Faludi incluye a la Asociación Psicoanalítica Norteamericana que manipuló información; desoyó estudios sobre violencia doméstica (femicidio incluido) y cuidó su interés: los códigos que las compañías de seguro médico exigen para el reembolso de tratamientos. Desde su lugar de poder asignó código al masoquismo para redondear un negocio.

Salarios

La administración Reagan restó importancia o archivó los informes que revelaban la condición declinante de las trabajadoras.

Durante la conferencia “Mujeres, hombres y medios. Avances y reacción”, en la Universidad de California del Sur, una panelista llamó a olvidar “la fantasía” de hacer carrera en la TV.
En esto hay una pauta ya vista de ir contra el rating: Jane Pauley, de 39 años, fue reemplazada por una más joven (a su vez despechada a cambio de otra menor). Su expulsión derrumbó el rating incluso por debajo de las historietas.[33]
La Corte Suprema socavó victorias legales de dos décadas al sumar barreras que dificultaran probar la discriminación laboral.[34]
Se consolidó entonces el despido de mujeres o su consiguiente contratación por menos salario.

Derechos reproductivos

En 1986, un vendedor lanzó la Operación Rescate: cerrar con candado las clínicas de planificación familiar. Atrajo a miles de jóvenes que se sentían excluidos de un mundo que ya no parecía darles un lugar reproductivo.[35]
Entre 1977 y 1989 hubo 77 de esas clínicas atacadas con bombas incendiarias.
La iconografía del movimiento antiaborto presentaba al feto pero nunca a la madre.
Hacia 1982, en California, obstetras y genetistas convinieron en que había avances en la práctica experimental de la cirugía que consideraba al feto un paciente.
A las embarazadas drogadictas las persiguieron de modo especial.

El Congreso realizó audiencias alarmistas. Los fiscales les aplicaron duras leyes pensadas para traficantes, no para usuarios.[36]

Los médicos invadieron los úteros diciéndoles a sus pacientes que no necesitaban su consentimiento. Eran apoyados por los jueces.[37]
Las quince empresas más grandes prohibieron a ellas tener puestos tradicionales “masculinos” porque podía afectar sus úteros.
Las que hicieron juicio por discriminación no consiguieron más buenos empleos.
Cyanamid, que había inducido a la esterilización de sus trabajadoras, las dejó solas cuando se deprimieron por sentirse “incompletas, como si hubiera cedido a mi único derecho”.

Era, además, el único “derecho” defendido por la era de la reacción.[38]


Al pie

Mientras preparaba la ponencia, el 10 de mayo, TELEFE emitió Hechizo de amor, con Sandra Bullock y Nicole Kidman. En una escena, dan la fecha de 1988 en que están: 8 de marzo, invierno en EE.UU., sin embargo, no hay nieve y todos juegan en paisajes verdes. No parece casual la referencia al día de la mujer. Pero al final, las estrellas necesitan un hechizo para el que requieren a una docena de ellas; llaman a las mujeres del pueblo que habían aparecido en distintas escenas, de las que no se había dado señales de que tuvieran una condición especial; cada una lleva su escoba. El mensaje para ese crucial final es transparente: son todas brujas.

Bibliografía

Faludi, S.: Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna. Bs. As., Planeta, 1992 ISBN 9507422404


Notas (Subtítulos)

[1] Escasez de hombres y vientres yermos: los mitos de la reacción.
[2] Las estadísticas y una historia de dos científicos sociales.
[3] Escasez de hombres: historia de dos estudios del matrimonio.
[4] El desastre sin culpa: historia de dos informes de divorcio.
[5] La epidemia de esterilidad: historia de dos estudios de embarazo.
[6] La gran depresión femenina: mujeres al borde del colapso nervioso.
[7] Los demonios del cuidado diurno: haga sus propias estadísticas.
[8] Las reacciones: antes y ahora.
[9] Atracción Fatal: Antes y después.
[10] Criar al bebé cinematográfico.
[11] El hombre de celuloide se hace cargo.
[12] De la concienciación a la promoción.
[13] El hogar y los patriarcas.
[14] Desaparece la dama sola.
[15] Thirtysomething: estrías y problemas de estrés.
[16] 7. Vestir a las muñecas: la reacción en la moda.
[17] De los harapos del hogar a las prendas de franela gris.
[18] Réquiem para el moñito.
[19] Supongo que no les gusta parecer superfluas.
[20] Con los volados al trabajo.
[21] Feminidad encubierta.
[22] El hombre del pecho de San Francisco.
[23] Cirugías cosméticas: el cáncer y otras “variaciones del ideal”.
[24] De Charlie a Ofelia.
[25] El retorno de la Muchacha Breck.
[26] La supermujer de la Heritage Foundation.
[27]¿Una mujer controlada por el espíritu… o un espíritu en busca de control?
[28] La psicología popular se une a la reacción.
[29] Etapa uno: Terapia domadora del feminismo.
[30] Toni Grant: Rendición a la feminidad.
[31] Etapa dos: Terapia para la mujer sumamente femenina.
[32] Masoquismo femenino: Estilo 80.
[33] La mujer en los medios.
[34] Damas obreras de banco y caballeros probadores.
[35] La invasión del cuerpo de las mujeres.
[36] Derechos fetales: madre contra feto.
[37] Escalpelos y cesáreas: intrusos en el útero.
[38] En el trabajo: el incremento de la protección fetal.