Sus libros o citas en otros. (Foto: H. Lima Quintana; O. Bayer y Q. Llopis).

Decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Rodolfo Walsh

"Payró: La Revolución Oriental en el teatro de los sucesos" (2011)


Dos libros, en un mismo volumen, reproducen escritos del inventor del periodismo moderno en la Argentina: Roberto Payró. El de Moya consiste en un análisis de la cobertura que hizo aquel corresponsal en el conflicto bélico que Aparicio Saravia protagonizó hacia 1903 y que dio lugar al Uruguay moderno. Es la primera vez que se edita en la Argentina, con reproducciones del diario de la época y sus caricaturas.


La única literatura nacional durante
gran parte del siglo XIX fue el periodismo
Domingo F. Sarmiento

La cita sarmientina describe la realidad de la escritura testimonial que recorrió la Argentina desde 1810 hasta casi el último tercio del siglo XIX.



. La resolución del conflicto (extracto)

“Me habló como si la guerra fuese á reventar terrible
de un momento á otro,
y se interesa por saber lo que haré en ese caso [...]
Contesto que haré lo que hacen los corresponsales,
en esas circunstancias,
si es que puedo tener medios de locomoción”.[1]

Hasta aquí, la labor de Payró en el teatro de los sucesos dio cuenta de cuán ardua podía ser la tarea del corresponsal en el comienzo del siglo xx, el siglo bélico según Hobsbawm.[2]
Esta obra tiene así un valor trascendental para el periodismo, ya que aportó el testimonio vívido, directo, del cronista argentino que cubrió uno de las primeras revoluciones de la centuria que acaba de culminar.
Por eso, valía ser reeditada por primera vez en el país que publicara el original de aquellas crónicas nacidas de anotaciones en un diario personal.
Payró (como los disímiles Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi, Domingo Sarmiento o José Hernández, desde el siglo xix), es uno de los antecedentes notorios del periodista que niega el discurso oficial o la versión del poder como verdad sobre los hechos. Actitud que habrá de tener sucedáneos en la prensa anarquista y socialista, o en nombres como los de Abel Chaneton, Octavio Rivas Rooney, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José Luis Torres, que continuaron en el siglo xx la tradición opositora y de denuncia al discurso oficial.[3]
Este trabajo sirve para entender qué pasará luego, cómo habrá de nacer el Uruguay moderno.
Así, meses después de terminada la Revolución de Saravia, desde Montevideo, por un caso policial, el gobierno envió al Ejército a un Departamento ‘blanco’, lo que fue tomado como una nueva violación al Pacto de la Cruz y llevó a Saravia, otra vez, a las armas.
El olor a pólvora se extendió desde las fiestas de año nuevo hasta el primer día de septiembre. Aquella tarde, en la batalla de Masoller, la Historia habría de recoger dos versiones, provenientes de sendos hijos: la de Nepomuceno, colaborador de Aparicio; y la del descendiente de uno de sus generales.
La vanguardia blanca “no cumplió con la orden de avanzar” dada por Aparicio al general Basilio Muñoz, justificará el primero.[4]
En cambio, el vástago de Muñoz sostendrá: “mi padre, que comandaba la vanguardia, tendió su división para atacar a los colorados entre los que venía mi futuro suegro, quien habría de confesar a mi padre que cada soldado tenía apenas diecisiete cartuchos”.[5]
Entonces, llegó la orden de Aparicio de “no comprometer ninguna acción”.
–¿Por qué, Aparicio, por qué? ¡Si en media hora podemos liquidarlos![6]
Saravia no modificó su posición.
Dos ignorancias sobrevolaban aquella tienda: la de Muñoz acerca de las recientes conversaciones de paz; y la de Saravia respecto de que eran una trampa para robarle tiempo.
En ese día de espera, los colorados retomaron unidad y posiciones. Para cuando se dispuso el ataque, ya era tarde: los blancos fueron rodeados entre dos fuegos.
Opinará Muñoz (h): “En ese nuevo escenario, lo sensato hubiera sido retirarse”.
Pero no; Saravia no retrocedió. Salió al frente para estimular a sus soldados aunque, reconocido por su sombrero, poncho blanco y el abanderado que lo acompañaba, fue atravesado por un tiro en riñones e intestinos. Agonizó, en Brasil, diez días.
No hubo acuerdo para un sustituto, ni cumplimiento para su orden de contraatacar, ni antídoto para el desbande de la última revolución civil.
A su muerte, sobrevino la Paz de Aceguá[7], mantenida con leyes electorales que respetaran la rotación de autoridades.
Recién en 1921, por gestión del presidente del Partido Nacional, el último gran caudillo hubo de ser repatriado. Los restos de Aparicio descansan junto a los de sus hermanos, aquellos con quienes, desde que era un jovencito, correteaba en busca de libertades.

“Los blancos y los colorados son, en efecto,
una prolongación de los unitarios y los federales argentinos;
¿por qué, entonces, no detenerse á examinar
cómo se resolvió en nuestro país
la sangrienta y dolorosa contienda?”.[8]


[1] Payró: “En busca de Aparicio”, en La Nación, 3 de abril de 1903, pág. 3.
[2] Con citas a William Golding (Premio Nobel, escritor, de Gran Bretaña) y a René Dumont (ecologista, francés), en Historia del siglo XX, pág. 11.
[3] Malharro-López Gijsberts: Op. Cit., pág. 139.
[4] Ver Saravia, Nepomuceno. Op. Cit.
[5] Entrevista del Diario El País, Montevideo, 2004: http://www.elpais.com.uy/Suple/EntrevistasDeDicandia/04/09/25/
[6] Entrevista del Diario El País, Montevideo, 2004: http://www.elpais.com.uy/Suple/EntrevistasDeDicandia/04/09/25/
[7] "Batlle hubo de luchar con la revuelta acallada que habrá de retoñar al año siguiente, durante nueve meses, y terminó con la muerte de Saravia, después de la cual se firmó la Paz de Aceguá": Enciclopedia Universal Ilustrada de Espasa Calpe. Madrid, 1929, tomo LXV, pág. 1572.
[8] Payró: “La gran revista militar”, en La Nación, 15 de abril de 1903, pág. 3.


Moya, con el ministro de Turismo, Héctor Lescano, y con el vicepresidente de Uruguay, Rodolfo Nin Novoa, cuando estaban en funciones.